Neón de bar
Madrid, a 4 de octubre de 2022
Rosa Sánchez de la Vega. Escritora.
La chica hace horas que conduce sin descanso, le pesan los ojos y se ha sacudido varias veces el sueño, los paneles de la autopista la incomodan con cada mensaje; un olor repentino de puro encendido, la hace inhalar rápidamente el aire del coche y gira el cuello bruscamente sin soltar el volante, asustada. Siente que hay alguien detrás; un volantazo la saca fuera de la carretera, frena ante no sabe qué, el coche derrapa y se para en seco.
Está rígida sobre el asiento, el pie sigue pisando con fuerza el freno, mientras las manos aprietan fuertemente el volante. Tiene la mirada fija frente al cristal, los faros enfocan perdidos en la oscuridad de la noche. Desorientada intenta ver dónde está. Eleva los ojos sin mover ni un solo músculo. Un bar de carretera es lo único que acierta a ver por el retrovisor. No hay nadie en el asiento de atrás, ni tampoco huele ya a tabaco. Al abrir la puerta, el frío parece castigarla y le abofetea la cara. Aterida, intenta enderezar el cuerpo y la corta distancia hasta llegar al bar, le sirve para ir calentando sus huesos; el tiempo y la distancia justa para asir el tirador de la puerta, entrar a tomarse algo caliente y visitar el baño, casi siempre al final de una escalera semi oscura y resbaladiza.
Dirige la mirada a la puerta que acababa de abrir e inmediatamente después la gira hacia ambos lados; una lámpara cae sobre la barra iluminando a duras penas el bar, se siente aturdida y necesita refrescarse la cara.
La chica ha salido del único baño, siente una mezcla de alivio y asco.
Una vez arriba comprueba que todo sigue vacío; el olor a puro encendido de nuevo entra de lleno por su nariz y nota como rasca su garganta, se vuelve y olfatea buscando de donde viene.
En la penumbra, el humo parece señalar al periódico junto a un vaso de whisky casi vacío que ocupa una de las mesas.
La música repentina de la máquina tragaperras, la hace girarse asustada y al instante se vuelve hacia la mesa: ya no hay humo.
La máquina tragaperras está en silencio, sin luces; se ha apagado. La chica inmóvil, anclada en ese suelo pegajoso siente que debe irse. Camina de espaldas sin perder de vista la barra del bar, y repara en el decrépito mobiliario de sillas y mesas que ocupa la estancia. Nota bajo sus pies un suelo mugriento.
Fuera el frío vuelve a golpearla, esta vez sin castigo. El camino hasta el coche se le hace eterno.
Los ojos siguen fijos en la carretera y agarrotada aún al volante, pisando el freno, mira por el retrovisor; una luz de neón acaba de encenderse, la silueta de una mujer y una copa resaltan en mitad de la noche. Dentro del coche ese olor a puro; nota en la nuca una bocanada de humo… ella sigue sin atreverse a moverse.