Rosa Sánchez de la Vega. Periodista y escritora
Y de pronto allí estaba. Tu ojo abierto al mundo.
—¿Qué ves?
—¿Qué miras?
—¿De verdad crees que puedes esconderte?
En un solo clip has fotografiado una parte mínima de tu cara. Quieres guardar tu intimidad para no revelar demasiado, para que ese ojo no se convierta en mirada. Porque la mirada no puede maquillarse.
Una diminuta pupila encogida por la luminosidad del día, deja paso en perfecta armonía a un iris que gana espacio y te descubre tímidamente.
Estás ahí, aunque no sepa quién eres.
Observas mi vida, sin que te vea.
Pero solo ves, sin que puedas recordarlo más tarde. Porque ver sin mirar, no tiene futuro, como tampoco tendrá pasado, tan solo un presente breve y efímero.
Quizás piensas que observando el dolor de los demás se sufra menos, o simplemente no duela. Pero olvidas que si no duele, tampoco serás capaz de reír y caer en el regocijo de la gente que es feliz.
Tu ojo limpio de sombras y perfiles, muestran una vida contada en años. Sin reservas, con secretos. Con la incoherencia de quien tienes marcados los surcos de la vida. Tus triunfos y derrotas, marcas de amplias sonrisas, de dolores contenidos, momentos inciertos y mirada serena de todo cuanto ha visto y sentido. Tal vez por ello, solo quieras ver sin apenas asomar a lo ya vivido.
No sabes que yo te veo. Piensa que me enseñas más de lo que quisieras, o tal vez eso es justo lo que pretendes.
-¿Me cuentas un secreto? o ¿solo te asomas a él?